El apego evitativo

En esta ocasión dedicaremos el post al apego evitativo. Ya hablamos en otra entrada de los diferentes tipos de apego según Bowlby, y recordemos que este tipo en concreto se caracteriza porque el cuidador principal no se ocupó de las necesidades emocionales del niño, evadiendo la relación en el plano emocional, ya que no supo cómo gestionar dicha relación. Este apego también puede darse como resultado en aquellos casos en los que la natural expresión emocional del niño se haya visto influenciada por la burla por parte del cuidador, o no haya existido una protección adecuada hacia el niño y este se haya sentido vulnerable ante las emociones de los demás.

Así aprendió que la mejor manera de ser aceptado era no compartir material emocional con sus cuidadores. Es decir, dejó de expresarse emocionalmente para evitar el rechazo y comenzó a utilizar conductas más distantes emocionalmente, aprendiendo que es mejor estar solos y ser autosuficientes porque no se puede confiar en los demás.  Como ha vivido desde siempre desconectado emocionalmente porque nunca le validaron ni le enseñaron a gestionar sus emociones, de adulto presenta grandes dificultades para gestionar su parte emocional. La falta de entrenamiento implica que tampoco sabe reconocer y comprender las emociones en los demás. La persona con apego evitativo niega su propia vulnerabilidad y se muestra autosuficiente; desconoce qué es lo que realmente desea, cuales son sus temores ni sus necesidades reales. Realmente no se conoce, no se explora, no sabe qué siente.

La autoestima de la persona con apego evitativo es alta, derivada de su sensación de autoeficacia y autonomía (se gestiona la vida de forma autónoma, no quiere depender de nadie), pero su percepción de los demás no es positiva, lo que se manifiesta sobre todo en las relaciones interpersonales, ya que no saben regularse emocionalmente y compartir material emocional con los demás les asusta profundamente.  Sin embargo, en su vida laboral son personas que brillan, ya que priorizan su lado racional sobre su lado emocional, y son idóneos en aquellos puestos de trabajo donde no haya una relación directa con los demás, ya que desconocen cómo gestionar esas relaciones por su componente emocional.  

Veamos algunas pautas que pueden ayudarte si te has reconocido como una persona con un apego evitativo.

-Descubre poco a poco qué sientes en cada momento, al ritmo que te sea soportable. Hazte preguntas y busca la respuesta dentro de ti.

-Reconoce tu vulnerabilidad como ser humano que eres. Necesitas cuidados, como todo el mundo. Eso no es nada malo, al contrario, reconocer que eres vulnerable te hará más sabio.

-Reconoce que, bajo esa coraza de hielo, necesitas afecto. Esto puede abrir la puerta a reconocer el resto de necesidades humanas.

-Muestra las emociones que sientes; no se trata de esconderlas ni de dar rienda suelta, sino de gestionarlas de forma adecuada.  

Ansiedad

No son pocas las personas que creen que su ansiedad tiene que ver con su entorno y con las situaciones que tienen que vivir. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Dedicaré este post para entender cómo funciona el mecanismo cognitivo de la ansiedad. 
 
Nuestro cerebro es una máquina maravillosa: es el órgano principal del sistema nervioso, y gracias a él podemos interpretar el mundo y a nosotros mismos. Crea el yo a través de la información que recoge del exterior, de nuestras experiencias y aprendizajes. Es decir, es una guía de interpretación de todo lo que nos rodea: nos proporciona un mapa interpretativo de cómo es la vida y cómo somos nosotros, cómo funcionan las cosas y cómo nos relacionamos con ellas. Por tanto, no es lo que nos pasa en nuestro día a día, sino lo que nuestro cerebro interpreta que nos pasa. Y si todo lo vemos a través de nuestra guía de interpretación… ¿qué ocurre cuando esa guía de interpretación no funciona correctamente? Imagina que tu cerebro haya aprendido a relacionarse con el entorno y a interpretarlo a través de emociones como el miedo, la autoexigencia, la ira o la preocupación y que lo descifre todo a través de este filtro erróneo… como es lógico, estas “gafas” o esta interpretación te provocará ansiedad. Esto sirve para entender que la ansiedad no está ni proviene del exterior, sino del interior. 
 
La ansiedad aparece cuando la interpretación de todo lo que nos rodea se vincula a la emoción de miedo y ese miedo está provocado no por un estímulo real que pone en peligro nuestra vida, sino por un estímulo irreal. Veamos esto con detenimiento. Cuando un peligro es real y puede que mortal (se acerca un autobús y puede atropellarte) provoca miedo y nuestro cerebro reacciona activando la amígdala, que es quien se encarga de activar la respuesta primitiva de huida o ataque, liberando adrenalina a chorros para salvarte la vida. Es decir, esta reacción de miedo tiene su utilidad. Cuando el autobús ha pasado, tu cuerpo se desactiva y la emoción de miedo desaparece. El problema surge cuando este sistema de miedo permanece activo 24 horas, 7 días a la semana, 365 días al año y tu cerebro interpreta toda clase de estímulos como potencialmente mortales. Eso es la ansiedad. 
 
Como nuestro cerebro funciona y su trabajo es que permanezcamos a salvo, simplemente con pensar que algo nos provoca miedo, actuará activando los procesos que he descrito antes. Es decir, que cuando tú piensas en una mala experiencia que ocurrió hace 20 años, tu cerebro la interpreta en el presente como una amenaza y sigue el mismo proceso de activación que hace 20 años. Y eso sólo con pensarlo. Esto da una idea del poder de los pensamientos: no es lo que nos pasa, sino lo que pensamos que nos pasa. Con esto quiero decir dos cosas: la primera, que si el detonante es un pensamiento, puedo dejar de pensar (sí, se puede dejar la mente en blanco o interrumpir un pensamiento); y la segunda, que si tengo un pensamiento negativo que activa el miedo, puedo tener otro positivo que lo desactive.
 
El proceso para interrumpir los pensamientos que nos provocan miedo puede ser algo tal que así:
1-     Identificar un pensamiento que nos provoque ansiedad (realizar una lista de pensamientos que nos provoquen ansiedad no es mala idea. Pueden ser cosas como “me voy a quedar solx” “no voy a encontrar trabajo” “los demás me van a juzgar” “tengo miedo a relacionarme con otras personas” “tengo miedo a que me hieran” “no voy a saber cómo hacerlo”).  
2-     Intentar observarlo como lo que es, un pensamiento. No es la verdad absoluta.
3-     Este pensamiento va a ir y venir según se le antoje, no tenemos que hacer nada en función de lo que opinemos en este momento sobre él.  
4-  Hacer un movimiento que sirva para cortar ese pensamiento cuando nos acucie (parada de pensamiento). Puede ser simplemente dar un chasquido con los dedos o sacarlo de tu cabeza haciendo el movimiento de pinza con los dedos (anclaje de movimiento).
5-     Practicar, practicar, practicar.
 
La otra forma para desactivar los pensamientos ansiosos es crear un pensamiento nuevo positivo para contrarrestarlos.
1-     Imagina un lugar que te produzca paz.
2-     Mentalmente trasládate a ese lugar y empieza a pensar en las características agradables que tiene, diciéndotelas mentalmente.
3-     Escucha cómo tu cuerpo y tu cerebro se calman.
4-     Toca un punto de tu cuerpo o un complemento que siempre lleves contigo (un colgante, una pulsera, un anillo), y asocia esa sensación de calma que te transmite ese lugar imaginario a ese punto de tu cuerpo o ese objeto, de forma que automatices sentirte tranquilx y segurx.  
5-     Practicar, practicar, practicar.
6-     Cuando un pensamiento ansioso te ronde, contrarréstalo con el pensamiento positivo que hayas creado previamente.
 
El camino para salir de la ansiedad no es otro que conocernos a nosotros mismos y la manera de interpretar el mundo que tenemos, reconduciéndola si es necesario. Es, como todo, un proceso de autoconocimiento. Lo importante es tener el valor de dar el primer paso hacia ese autoconocimiento.  

 

Cuando no pasa nada, pero sí pasa...

A menudo las personas adoptamos el esquema conductual de la negación cuando algún acontecimiento, actitud por parte de otras personas o experiencia reciente nos ha causado un malestar significativo y no deseamos afrontar la situación o no sabemos cómo gestionar ese malestar o frustración. Por supuesto, la negación no es la estrategia más adecuada para realizar una buena gestión emocional.  

Como no deseamos generar un conflicto con la persona en cuestión o con nosotros mismos (que sucede más a menudo de lo que pensamos), fingimos que no nos ha afectado su actitud o sus palabras, mostrando externamente una coraza que se esconde en la frase “No, si no me pasa nada…”

Recurrir a esta poco recomendable negación de cómo nos sentimos puede ser por varios motivos:

-Porque realmente no sepamos poner palabras al malestar, la frustración y el torrente de sentimientos que nos ha ocasionado la situación. Quizá la comunicación no es nuestro fuerte, y, en este caso, lo mejor es intentar encontrar las palabras más aproximadas. Tener miedo a equivocarnos al decir las cosas es algo común. No obstante, piensa que  las cosas más importantes se dicen con palabras sencillas. 

-Porque sí que sabemos poner palabras a lo que nos pasa, pero tenemos miedo a parecer vulnerables si contamos cómo nos sentimos. No son pocas las personas que creen que si abren esa puerta emocional están “regalando” al otro un mapa con el punto exacto por donde atacar, herir y hacer sufrir. Estas creencias basadas en la no expresión y la invulnerabilidad lo que acaban produciendo a largo plazo es que las personas levanten muros inaccesibles como sistema de autodefensa. Y hay que tener presente que los muros protegen el interior, pero también lo pueden asfixiar. En realidad, lo que ocurre es que no existe confrontación de los miedos, aumentando así las propias inseguridades, y además imposibilitando trabajarlas para modificarlas, negando toda posibilidad de mejora. Estos miedos suelen provenir de las primeras relaciones que se establecieron con cuidadores, padres, amigos o superiores: cuanto más seguras, estables, predecibles y afectivas fueron esas relaciones, más capacidad de abrirse a los demás; cuanto más inseguros, inestables, impredecibles y poco afectivos fueron esos vínculos, menor habilidad para expresar sentimientos.  

-Porque esperamos a ver si la otra persona se percata de cómo nos sentimos y nos pide perdón. Nos instalamos en la falsa creencia de que quien nos conoce sabe lo que nos pasa sin decírselo: creer que la otra persona va a saber en todo momento qué necesitamos, cómo estamos y lo que queremos, es una utopía. Nadie tiene una bola de cristal mágica para saber cuáles son nuestras aflicciones o nuestros deseos.

La única solución a este malestar de “No, si no me pasa nada” es expresar nuestros sentimientos; los sentimientos son algo natural: la rabia, el miedo, la tristeza... demuestran que somos humanos y no máquinas. Simplemente se trata de aceptar lo que sentimos, sentirnos seguros expresando nuestras emociones, sin críticas y sin sentir vergüenza. En definitiva, darle voz a nuestro universo interno, con todas sus luces y sombras.