Redes sociales: tú eres el producto de tu escaparate

 Los usuarios de redes sociales (principalmente jóvenes, pero también personas menos jóvenes) son cada vez más. Se estima que el 83% de los adolescentes utilizan las redes sociales (Fuente: Educaweb) y que la mayoría de ellos se conectan a diario. La tecnología, usada de forma adecuada, puede ser muy beneficiosa; el problema radica en que la usamos de forma incorrecta. La llegada de las nuevas tecnologías y todas sus derivaciones ha supuesto un cambio en la forma de relacionarnos con los demás, pero hay que recordar que las redes sociales nunca pueden sustituir el proceso normal de relación social de las personas: solamente puede ser una forma complementaria a dicho proceso.

Una de las consecuencias del mal uso de las redes sociales o las aplicaciones de mensajería es la sobreexposición de la vida privada. Viajes, salidas, compras, escenas cotidianas, convalecencias, momentos de ocio… todo aparece en ese perfil público/estado perfecto que se muestra al mundo. Esta sobreexposición no busca sino la aprobación constante de los demás, en un intento narcisista, insano y vanidoso de gustarle a todo el mundo.  Además, en estos perfiles “sociales” únicamente se muestran los aspectos más positivos, edulcorados e ideales de la vida personal; nadie sube imágenes negativas de sí mismo, ni de los momentos menos bonitos de su día a día como un suspenso en un examen, una ruptura amorosa o un despido en el trabajo.  Esta selectividad de contenido a exhibir ocasiona una distorsión sobre la verdadera realidad de la existencia humana. Los expertos han puesto un nombre a este fenómeno: “el postureo”, o la necesidad de mostrar la vida privada positiva de forma instantánea y continua con el único fin de obtener refuerzo o aprobación por parte de otros. En los casos más graves de adicción a este postureo, las personas emiten una conducta con el exclusivo fin de subirla a redes, lo que acaba originando una seria dificultad para disfrutar del aquí y del ahora. El punto de partida de toda esta demostración se encuentra en la pobre valoración que estas personas tienen de sí mismas, necesitando una aprobación social para autoevaluarse de forma más positiva. Con el paso del tiempo, esta aprobación social se convierte en adictiva, y no sólo eso: si la valoración que reciben de los demás es negativa, les ocasiona una pérdida de confianza en sí mismas y un cambio en el estado de ánimo que puede acabar convirtiéndose en patológico.

También hay que plantearse qué ocurre cuando en esa información que mostramos incluimos a otras personas como familiares (especial mención a los menores), amigos, compañeros de trabajo, etc. ¿Están de acuerdo esas personas en subir la información a redes? ¿Estamos seguros de que queremos que la vida de nuestros hijos se vea sobreexpuesta al escrutinio ajeno? ¿Somos conscientes de que la información que se sube a la red tarda de media 5 años en desaparecer? ¿Cuántas personas pueden tener imágenes nuestras que circulan por la red y que no hemos subido nosotros? Sea como sea, hay que ser muy cuidadosos con nuestra privacidad y con la de los demás.  

Otro aspecto más a tener en cuenta y que está muy relacionado con el bienestar psicológico es que si somos asiduos de redes sociales y vemos en los perfiles de otras personas ese viaje perfecto, esa pareja perfecta, esa familia perfecta… podemos sentir enfado, envidia y disconformidad con nuestra propia vida, hasta el punto de que puede variar nuestra autoestima. Diferentes estudios revelan que una de cada tres personas se siente peor anímicamente tras visitar redes sociales. Y es que los procesos de comparación son inherentes al ser humano, pero este exhibicionismo ajeno acaba provocando una sensación errónea de que nuestra vida no es valiosa porque no la mostramos a los demás o porque no realizamos las mismas actividades que realizan otros.

La recomendación es sencilla y clara: comparte tu vida con las personas que están diariamente a tu lado, con las que no necesitas usar ningún tipo de filtro ni de felicidad preparada. Esas personas con las que puedes contar en un mal momento y que conocen tu vida porque mantienes una relación cercana de verdad. Si tienes familiares lejos, comparte con ellos también lo que creas que debas compartir, sin excesos. Y mejor si es mediante formatos directos que eviten mostrar el contenido a personas que no son de tu entorno inmediato.

Recuerda que tu vida es valiosa, sin necesidad de mostrarla a cada momento y a todo el mundo. Traza tu propio proyecto vital, planea metas e intenta conseguir tus objetivos; comparte y disfruta tu camino con esas personas que sean realmente significativas para ti. Dedica tiempo a contemplar tu valiosa obra en la que trabajas cada día. Reserva tu vida para ti, viviendo cada momento al máximo, disfrutando del aquí y del ahora. La vida real no tiene pantalla.  

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