Sobre la responsabilidad

La responsabilidad personal bien entendida es el compromiso que tenemos con nosotros mismos para crear y mantener cambios que nos sean beneficiosos en nuestra experiencia vital. Este bienestar generado por la responsabilidad personal no es algo innato, sino que se ha de aprender. A ser feliz también se aprende.

Veamos algunas pautas que pueden ayudarnos a aprender esa responsabilidad personal.

-Hacernos cargo de nuestras emociones. Esto quiere decir, en primer lugar, escucharnos, aceptando y entendiendo ese impacto emocional que tiene en nosotros lo que los demás hagan o aquello que nos acontece. Después, hay que regularlo para tomar decisiones más acertadas.

-Aceptar los fracasos y nuestras equivocaciones. Nadie nos prepara para todo lo que nos ocurre, y es normal y natural que no triunfemos en todo lo que emprendemos y que las cosas no nos salgan siempre bien. En estos casos, pensamos que lo mejor es retroceder, rendirnos y caer en el pozo de la desesperación sacando balones fuera y responsabilizando a otros de nuestros errores. Aquí es donde la responsabilidad personal y el compromiso con nosotros mismos nos ayuda a salir de donde estamos. Aceptamos que no ha salido como queríamos, que la adversidad nos ha golpeado en cualquiera de sus formas, pero también respiramos y seguimos adelante, comprometiéndonos con nuestra mejora.

Por otro lado, y girando el prisma de la responsabilidad, todos conocemos algunas personas en nuestro entorno que no han asimilado que toda acción tiene sus consecuencias. Es cierto que en algún momento podemos ser irresponsables sin que por ello suponga que presentemos alguna patología. El desarrollo de la responsabilidad está vinculado a la maduración de la corteza prefrontal y el control de los impulsos. Esta inmadurez o mal funcionamiento de la corteza prefrontal puede derivar en adultos que presentan una serie de características, entre otras muchas:

-Impulsivos.

-Conductas evitativas de afrontamiento. 

-Se escudan en las mentiras y en las excusas para justificarse.

-Baja energía, ausencia de motivación.

-Problemas financieros.

-Búsqueda de refuerzos y satisfacciones instantáneas (lo que aumenta las posibilidades de convertirse en consumidores de sustancias o adictos a conductas patológicas como el sexo compulsivo, las compras, el juego, etc.).

-Problemas para afianzar relaciones sólidas y significativas.

-Constante inestabilidad laboral.

-Problemas para gestionar la frustración (enfados violentos o ataques de ira explosiva). 

Esta falta de responsabilidad permanente es una característica que se asocia a un patrón de personalidad y a unas patologías concretas. Una de ellas es el TDAH o trastorno de déficit de atención con hiperactividad. El mayor desafío de tratamiento ante este tipo de pacientes es que estas personas se sienten en plena sintonía con su ego, no tienen ningún conflicto interno y no desean cambiar nada. Rara vez le verán sentido a acudir a terapia, y si acuden será porque han cometido alguna conducta delictiva y haya una sentencia judicial por medio para su rehabilitación mediante terapia (en algunos estudios se estima que un 30% de la población carcelaria padece TDAH). Para ellos el problema lo tienen los demás, no ellos. Son casos altamente complejos y de difícil tratamiento, aunque suelen responder positivamente a la TCC (Terapia cognitivo conductual), aprendizaje de gestión de emociones, regulación de impulsos y resistencia a la frustración.

 

Los “asesinos en serie” de las citas románticas

Actualmente las apps de citas e internet se han convertido en una herramienta para conocer gente; incluso han aparecido programas de televisión en los que nos dejan ver parte de lo ocurrido en esa primera cita en un intento más de mercantilizar las relaciones e incitarnos a su consumo.

Esta forma de relacionarse a través de la tecnología ha fomentado la aparición de una figura que el terapeuta sexual estadounidense Matt Lachman ha definido como “serial killer” de las citas románticas. Este perfil corresponde a alguien cuyo objetivo a la hora de buscar personas no es entablar una relación seria, sino disfrutar de la propia sensación de subidón y de la emoción que implican las citas. Es decir, para estas personas serás únicamente un trozo de carne más de la que se ofrece en el escaparate: son casi depredadores de guante blanco.

¿Y cómo distinguir a un serial killer amoroso? Según Lachman hay varios indicadores que pueden ayudar a la hora de saber con quién estamos tratando. Veamos algunos de ellos:

-Si les preguntas sobre sus experiencias amorosas (su pasado), se referirán a estas como tóxicas, o que no les han durado mucho, y eludirán la responsabilidad en el desarrollo de esas relaciones; la otra persona “no les entendió” y por eso no duró.

-No muestran arrepentimiento por ningún comportamiento que hayan tenido en las relaciones anteriores. No admiten ningún error, y te dirán que “lo dieron todo”.  Son personas frías, y los demás son sólo objetos para usar y tirar. La empatía suele brillar por su ausencia.

-Suelen ser personas halagadoras o que te hacen gran cantidad de regalos con el único objetivo de seducirte, para despedirte en cuanto tengan oportunidad.

-Son personas que quieren “ir muy rápido” en la relación. Lo quieren todo y ya; si van a por sexo, mejor cuanto antes para que dejes el sitio libre y poder seducir a otra persona.

-Suelen hacer promesas sobre el futuro sin una base razonable, para que creas que hay o puede haber “algo más”. Obviamente, son promesas que nunca van a cumplir.

-A menudo están inscritas a páginas de citas, frecuentan chats de ligues con asiduidad o tienen instaladas diferentes aplicaciones de citas o de mensajería en el móvil para aumentar las posibilidades de tener más citas. Y cuando están conociendo a alguien no desactivan estos perfiles de búsqueda. Eso les permite tener un nutrido banquillo de “suplentes” para cuando acaben contigo.

Si sientes que te has encontrado con uno de estos serial killer amorosos, el primer paso es restaurar tu autoestima; piensa que su comportamiento no tiene nada que ver contigo ni con tus características personales. Es su forma de actuar con todo el mundo, estas personas no han aprendido otra forma de relacionarse. Tú sigues siendo la misma persona valiosa que antes.

Pregúntate qué es lo que quieres para ti, priorízate y para las siguientes citas románticas para conocer a otra persona, comunica clara y llanamente qué es lo que quieres en una relación: si quieres algo duradero o no quieres compromiso, lo que esperas y lo que no de la relación… etc. Para evitar malos entendidos, explicita absolutamente todo lo que supone para ti una relación, dónde están tus límites, etc. Pregunta todo lo que desees preguntar, por muy incómodo que parezca. Y observa las reacciones de la otra persona ante tus preguntas.  

El éxito de ser mediocre

En el mundo actual, obsesionado con el éxito, la palabra mediocridad provoca rechazo: la carrera por ser los mejores profesionales, los más atractivos o los más felices está más que servida. Parece como si fuésemos capaces de hacer todo y alcanzar la perfección con sólo quererlo: más es más. Y no queda sitio para otra cosa que no sea la excelencia: no existe lugar para los perdedores y los fracasados.   

Y yo pregunto…  si tratamos de ser los mejores en todo, ¿no estaremos marcando una ruta con subrayador amarillo hacia la decepción y el fracaso? Dice un viejo refrán que quien mucho abarca, poco aprieta. Y siendo realistas, es así. Las fuerzas que cada uno de nosotros posee son finitas: el esfuerzo que invertimos en una cosa lo estamos restando a otra. Es imposible ser el mejor en todo. ¿Qué cosas dejamos atrás para ser mejor en todo?

Y, además, en esta carrera salvaje por la excelencia nos “ayudamos” con autoexigencias feroces y autocríticas constantes, desde la creencia errónea de que así seremos mejores y rendiremos más. Pero nos olvidamos de que quien recibe esas críticas o esas “palmaditas de aliento” en nuestro fuero interno somos nosotros. Entendamos de una vez que eso no nos beneficia, que estamos sembrando las semillas de la exigencia, del perfeccionismo y de la autocrítica y que los únicos frutos que pueden germinar de ellas son la procrastrinación, la apatía, la anhedonia, depresión, ansiedad y el autoabandono. Estas autoexigencias sin medida provocan la rendición de esa otra parte nuestra que no es el juez que critica, sino el reo que recibe la crítica. Y el reo decide que ya no quiere seguir comprometiéndose con nada porque nada de lo que haga será nunca suficiente para el implacable señor juez. Y decide que ya es suficiente. Se rinde y se abandona a sí mismo.

En esta carrera hacia el éxito y la excelencia olvidamos a nuestras parejas, abandonamos la vida social, hacemos horas extra sin descanso… cuando buscas el éxito, aburrirse parece ser pecado, errar y ser mediocre casi se cuenta como un acto rebelde e insurrecto. Sin embargo, ser mediocre quizá pueda significar hacer las cosas para disfrutar y para probar, sin ninguna intención de lograr algo, ni de ser el mejor.

Para terminar, parece que el fracaso fuese algo de lo que sentir vergüenza, y, sin embargo, no podremos avanzar hasta que veamos los fracasos como lo que son: experiencias que han llevado al éxito. Aprendemos del fracaso y no del éxito: detrás de cada éxito hay cien fracasos y cien errores.  

Reflexionemos que quizá todo esto de tener éxito sea simplemente la valentía de abrazar nuestros errores y aceptar nuestras limitaciones e imperfecciones: tal vez el camino real hacia el éxito es la mediocridad.