Agresores: búsqueda del perfil de maltratador

Si bien los ensayos que se centran en establecer un perfil de los agresores son muy numerosos desde hace varias décadas, la literatura científica se muestra cauta: no hay etnia, raza, edad o clase social que resulte prevalente en la perpetración de las agresiones de género.

Lo que sí parece existir es un conjunto de rasgos generales que parecen definir a un maltratador. Veamos algunos de ellos:

-Susceptible: receloso, que se ofende con facilidad. Su pareja “debe” tener cuidado con lo que dice, no vaya a ser que “le siente mal” o “se sienta ofendido”.

-Autoritario: dominante, no permite un cuestionamiento a su autoridad. Las cosas se harán cuando él quiera y como él quiera.

-Impulsivo: se deja llevar por la impresión del momento. Su procesamiento cognitivo es elemental, simple e inflexible.

-Nula capacidad de afrontamiento: esta incapacidad de afrontar las situaciones complejas le provoca malestar y frustración que no sabe cómo gestionar, e intenta utilizar la fuerza o la violencia (física o psicológica) para controlar la situación.

-Se hace la víctima: suele mostrarse no como el causante de las situaciones, sino como la persona que es el blanco de todo lo que le ocurre. No admite su responsabilidad en su conducta, se ve “obligado” a hacerlo por sus circunstancias, o admite que posee un “defecto fatal” pero que “no puede hacer nada” para cambiarlo.

-Busca aleccionar a la mujer: su intención original no es lesionar o maltratar, sino dejar claro que la mujer no ha hecho las cosas como él quiere. La mujer "necesita" esa lección.

-Chantajea: utiliza la culpabilidad de la víctima para conseguir su perdón y volver a hacer exactamente lo mismo otra vez. No se arrepiente.

-Va anulando a la pareja poco a poco. Al principio es encantador, con las ideas claras, seguro de sí mismo; colma a la mujer con una atención que se va tornando poco a poco en control. Aísla poco a poco a la pareja de su familia y amigos (generalmente argumentando que “se meten donde no deben”); comienza con pequeños goteos de desprecios, de “feos”, de humillaciones, envolviendo a la víctima hasta que ya es demasiado tarde y se ve atrapada en el mundo del maltratador, dudando hasta de sí misma. 

016 TELÉFONO DE INFORMACIÓN Y ASESORAMIENTO JURÍDICO EN MATERIA DE VIOLENCIA DE GÉNERO

Sobre la responsabilidad

La responsabilidad personal bien entendida es el compromiso que tenemos con nosotros mismos para crear y mantener cambios que nos sean beneficiosos en nuestra experiencia vital. Este bienestar generado por la responsabilidad personal no es algo innato, sino que se ha de aprender. A ser feliz también se aprende.

Veamos algunas pautas que pueden ayudarnos a aprender esa responsabilidad personal.

-Hacernos cargo de nuestras emociones. Esto quiere decir, en primer lugar, escucharnos, aceptando y entendiendo ese impacto emocional que tiene en nosotros lo que los demás hagan o aquello que nos acontece. Después, hay que regularlo para tomar decisiones más acertadas.

-Aceptar los fracasos y nuestras equivocaciones. Nadie nos prepara para todo lo que nos ocurre, y es normal y natural que no triunfemos en todo lo que emprendemos y que las cosas no nos salgan siempre bien. En estos casos, pensamos que lo mejor es retroceder, rendirnos y caer en el pozo de la desesperación sacando balones fuera y responsabilizando a otros de nuestros errores. Aquí es donde la responsabilidad personal y el compromiso con nosotros mismos nos ayuda a salir de donde estamos. Aceptamos que no ha salido como queríamos, que la adversidad nos ha golpeado en cualquiera de sus formas, pero también respiramos y seguimos adelante, comprometiéndonos con nuestra mejora.

Por otro lado, y girando el prisma de la responsabilidad, todos conocemos algunas personas en nuestro entorno que no han asimilado que toda acción tiene sus consecuencias. Es cierto que en algún momento podemos ser irresponsables sin que por ello suponga que presentemos alguna patología. El desarrollo de la responsabilidad está vinculado a la maduración de la corteza prefrontal y el control de los impulsos. Esta inmadurez o mal funcionamiento de la corteza prefrontal puede derivar en adultos que presentan una serie de características, entre otras muchas:

-Impulsivos.

-Conductas evitativas de afrontamiento. 

-Se escudan en las mentiras y en las excusas para justificarse.

-Baja energía, ausencia de motivación.

-Problemas financieros.

-Búsqueda de refuerzos y satisfacciones instantáneas (lo que aumenta las posibilidades de convertirse en consumidores de sustancias o adictos a conductas patológicas como el sexo compulsivo, las compras, el juego, etc.).

-Problemas para afianzar relaciones sólidas y significativas.

-Constante inestabilidad laboral.

-Problemas para gestionar la frustración (enfados violentos o ataques de ira explosiva). 

Esta falta de responsabilidad permanente es una característica que se asocia a un patrón de personalidad y a unas patologías concretas. Una de ellas es el TDAH o trastorno de déficit de atención con hiperactividad. El mayor desafío de tratamiento ante este tipo de pacientes es que estas personas se sienten en plena sintonía con su ego, no tienen ningún conflicto interno y no desean cambiar nada. Rara vez le verán sentido a acudir a terapia, y si acuden será porque han cometido alguna conducta delictiva y haya una sentencia judicial por medio para su rehabilitación mediante terapia (en algunos estudios se estima que un 30% de la población carcelaria padece TDAH). Para ellos el problema lo tienen los demás, no ellos. Son casos altamente complejos y de difícil tratamiento, aunque suelen responder positivamente a la TCC (Terapia cognitivo conductual), aprendizaje de gestión de emociones, regulación de impulsos y resistencia a la frustración.