Resolución de problemas

Cada día experimentamos una serie de situaciones en las que tenemos que resolver distintos problemas que se nos presentan; este proceso a veces no resulta sencillo. Zurilla y Goldfried crearon y sistematizaron un método de resolución de problemas que puede sernos muy útil a la hora de gestionar las dificultades. Veamos los pasos a seguir:

1er paso: ENFOCAR Y ORIENTAR EL PROBLEMA. Esto simplemente tiene que ver con reconocer que los problemas tienen una naturaleza cotidiana, forman parte de la existencia humana. Es importante comprender que el problema no es en sí lo que está ocasionando la dificultad, sino que es la ausencia de conductas de solución lo que lo convierte en un problema. Algunas de las preguntas importantes en este primer paso pueden ser:

-¿Cuál es mi percepción sobre el problema? ¿Siento que tengo capacidad real de solucionarlo?

-¿Qué valoración hago sobre él? ¿Positiva-negativa? ¿Cuánto malestar me genera?

-¿Cuánto tiempo de mi tiempo me ocupa? ¿Es algo puntual que sólo ocurre de vez en cuando? ¿De qué modo interfiere en mi vida diaria?

2º paso: DEFINIR Y FORMULAR EL PROBLEMA. Se trata de definir y delimitar el problema de la mejor forma posible, con todas las implicaciones que podamos. Algunas de las cuestiones importantes en este segundo paso pueden ser:

-¿Qué es lo que realmente sucede y qué es lo que me molesta?

-¿Cuál es el origen del problema?

-¿A qué áreas de mi vida afecta en realidad? ¿Cuáles son sus implicaciones?

-¿Sólo me afecta a mí o está afectando a otras personas también?

3º paso: GENERAR ALTERNATIVAS DE SOLUCIÓN lo más variadas posibles; no importa si son realistas o no, sino cuántas alternativas puedo proponer. Tampoco se trata de enjuiciar las consecuencias de las soluciones alternativas propuestas, ni de la pureza de las mismas. A menudo, cuantas más soluciones generemos, mejor, ya que la solución puede ser una mezcla de distintas propuestas.

4º paso: VALORACIÓN DE ALTERNATIVAS Y ELECCIÓN DE UNA DE ELLAS. Valoraremos las consecuencias y las ventajas e inconvenientes de cada alternativa de solución, para elegir una opción y diseñar su correspondiente plan de acción. Algunas de las cuestiones importantes en este cuarto paso pueden ser:

-¿Qué ventajas tiene esta alternativa?¿Qué inconvenientes?

-¿Esta forma de solucionarlo es práctica y se puede llevar a cabo cómodamente?

-¿Es una solución realista y acorde con mis circunstancias personales? ¿Cuánto puede costar en tiempo, dinero…?

-¿Puede ser ejecutada por una sola persona o requiere de ayuda profesional o de otro tipo? ¿A quién tendría que acudir?

-Las consecuencias que he anticipado, ¿de verdad llevan a la solución definitiva del problema o se limitan a poner un parche y a esperar que “lleguen tiempos mejores”?

5º paso: PONER EN MARCHA EL PLAN DE ACCIÓN Y COMPROBAR QUE SEA EXITOSO. Lo ideal es tener varios puntos de reevaluación a lo largo del proceso de solución, para ver si realmente está funcionando lo que estamos haciendo. En los problemas de largo recorrido esto también nos ayuda a comprobar si estamos teniendo éxito en la resolución del mismo. Si vemos que no conseguimos los resultados esperados, lo ideal es no desmotivarnos y reevaluar todas las fases anteriores.  

El síndrome de Ulises

El síndrome de Ulises es el malestar emocional que sufren aquellas personas que han tenido que abandonar el mundo que conocían y trasladarse a un nuevo lugar lejos del mismo; es decir, lo sufren fundamentalmente los emigrantes. Es una mezcla de un cuadro de estrés reactivo con una variante extrema de duelo. El proceso de emigración supone una serie de cambios, confrontaciones y contrastes entre el lugar de procedencia u origen y el lugar de llegada o acogida. Dejemos claro que en sí mismo el proceso de migrar no es una causa de trastorno mental, pero sí un factor de riesgo importante de cara a sufrir algún problema de este tipo.

Los estresores más importantes que intervienen en este proceso de inmigración son, entre otros:

-la separación forzosa de los seres queridos con la consiguiente ruptura del sistema de apego.

-la ausencia de oportunidades en el país receptor.

-la lucha por la supervivencia durante el viaje y a la llegada al nuevo lugar (encontrar un techo, comida, etc.)

-el miedo o terror a ser descubiertos (en aquellos casos de inmigración ilegal).

-la amenaza de la expulsión o represalias si son detectados y se encuentran en situación irregular.

-la indefensión casi total por carecer de derechos.

 

Algunas características de este cuadro de estrés y duelo son:

-La pérdida no desaparece, puesto que no desaparece el país de procedencia y todas las representaciones de éste. Por tanto, el duelo siempre es un duelo parcial, no concluso.

-Es un cuadro recurrente, que se activa o desactiva a través de visitas, noticias, encuentros con personas del mismo lugar… que reactivan los vínculos que se dejaron atrás.

-Afecta a todas las áreas de la persona: todo lo que hay a su alrededor ha cambiado. 

-Pone a prueba los estilos de afrontamiento más primitivos que se forjaron en la infancia, y algunos de ellos pueden no ser lo suficientemente adaptativos. 

-Puede dar lugar a cambios profundos de la personalidad, porque la emigración afecta a la identidad de la persona.

-Puede dar lugar a una regresión psicológica, porque es necesario hacerse cargo de cambios de gran envergadura y complejidad, lo que sobrecarga a la persona. En ocasiones afloran actitudes infantiles de dependencia.

-Es importante ponerse en contacto con profesionales para apoyar y ayudar a la persona desde una intervención psicoeducativa y de contención emocional.

Duelo de mascota

El vínculo emocional que establecemos con nuestros animales de compañía puede ser maravillosamente intenso. Son miembros plenos de nuestra familia y nos han acompañado en las buenas y en las malas. Han estado ahí en nuestro día a día, y han compartido nuestras alegrías y nuestras penas (y nuestra cama y nuestro sofá en ocasiones).  

Su pérdida y los sentimientos que la acompañan pueden equipararse a perder a un ser querido, tal y como muestran los diferentes estudios que se han realizado. A menudo ocurre que nuestro entorno más inmediato no entiende esos sentimientos tan agudos ante la pérdida, y no son pocas las veces que oigo cosas como “Pues no sé por qué está así, si era sólo un perro” o expresiones que minimizan el dolor que alguien puede sentir en esos momentos. Como tememos sentirnos incomprendidos, callamos las emociones que la ausencia nos genera, por lo que pasamos por un duelo silencioso, sin apoyo. Si bien estos procesos de duelo son muy complejos y singulares para cada persona, ya que cada persona va a su ritmo, aunque se hayan reconocido distintas etapas universales no lineales de las que hablaremos después, el apoyo social es un factor muy importante para aceptar la nueva realidad sin nuestra mascota. Por tanto, poder contarlo, hablarlo con alguien que nos comprenda y con quien podamos compartir nuestras inquietudes y emociones sin temor, es parte del proceso, parte de la aceptación y gestión de esa experiencia.

Este proceso de duelo puede “llevarse mejor” si tenemos información sobre lo que nos espera. Durante el duelo de una mascota aparecen emociones intensas como tristeza, angustia y soledad, que pueden llevar a un profundo sentimiento de pérdida y de dolor. Como he apuntado antes, existen distintas etapas en el proceso de duelo por las que iremos atravesando. Eso sí, no suceden todas linealmente, sino que pasaremos de una a otra, retrocediendo y avanzando, y tampoco estas etapas tienen una duración exacta, ya que cada persona va a su propio ritmo, con la sensación incluso de habernos estancado en alguna de ellas. Veamos estas etapas.  

La primera etapa que atravesamos es la llamada etapa de la negación: nuestro cerebro nos dice que esa pérdida no está ocurriendo, nuestra mente nos engaña e intenta volver a como estábamos antes, como si no hubiese sucedido; en realidad es simplemente un mecanismo de protección psicológico.  

La siguiente fase es la de ira, que no tiene por qué estar generada por un hecho concreto. Es posible que tengamos algunos remordimientos (que aparecen sobre todo cuando hemos tenido que dar el consentimiento para “dormirlo/a”), y de alguna forma intentamos aferrarnos a los recuerdos que nos quedan. La ira no es algo “negativo”, sino que nos ayuda a dar una salida a nuestras emociones.

A continuación, le sigue la fase de depresión, donde suele aparecer el llanto copioso y la tristeza, y cada pequeña cosa nos va a recordar a nuestro compañero, sobre todo si aún conservamos sus enseres en casa.  Es necesario gestionar de forma adecuada esta tristeza. Cuando estemos preparados, es conveniente donar o tirar todos los objetos que hayan pertenecido a nuestra mascota, como la cama, la jaula o los juguetes, pero sólo cuando estemos preparados. 

Una vez gestionada la fase de depresión, llega la fase de negociación, donde aparece la fantasía de recuperar a la mascota de un momento a otro si hacemos esto o aquello (“si vuelve me voy a portar mejor”); también sentimos culpabilidad, pensando que podíamos haberlo salvado haciendo mucho más de lo que ya hicimos cuidándolo mientras estuvo con nosotros o para impedir su muerte.

La etapa final, la de aceptación (que no hay que confundir con felicidad), significa estar listos para aceptar su muerte, para entender que hay que seguir adelante con nuestra vida y que ya no podemos hacer nada por el compañero que se ha ido. Existe pena, pero será cada vez más intermitente, hasta que se acabe transformando en sentimientos de aprecio profundos y en recuerdos positivos.

Para terminar, según un estudio de 2019, la duración del duelo en el caso de las mascotas varía mucho de unas personas a otras, aunque lo más habitual es que se encuentre entre un año y año y medio.