Estilos comunicativos: pasivo-agresivo

Como hemos apuntado en otra entrada sobre los conflictos, existen tres tipos de estilos de interacción y comunicación personal (https://psicolucia76.blogspot.com/2021/06/sobre-los-conflictos-ii.html). Existe un cuarto estilo que apenas está reflejado en esa clasificación y es una mezcla entre los estilos pasivo y agresivo. En esta entrada, hablaremos de algunas características y comportamientos que responden a esta categoría de estilo relacional.

-La persona pasivo-agresiva hace que los demás se sientan culpables, como que “no llegan” a cubrir sus necesidades o que son inferiores a lo que espera, pero no expresa abiertamente la hostilidad que siente.

-Interpreta todas las acciones de los demás de forma negativa. Cree que van en su contra o lo han hecho para perjudicarle.

-La persona pasivo-agresiva evita a toda costa las situaciones molestas. Si algo no le gusta o le incomoda de su pareja o de otra persona, no se lo dice. Simplemente calla y la ignora, con el consiguiente daño para la autoestima de la otra persona, que no sabe en qué se ha podido equivocar o qué conducta es la que tiene que cambiar; como no lo sabe, sin duda volverá a repetirla. Para cambiar algo, primero hay que reconocerlo y saber qué es lo que hay que cambiar. Esta evasión de responsabilidad relacional sólo genera insatisfacción en ambas personas y es una dinámica muy dañina para todas las relaciones (familiares, laborales) y para las relaciones de pareja de forma particular.

-La persona pasivo-agresiva finge que está distraída o muy ocupada para no realizar los encargos o recados que se le piden. Como no confronta a los demás y no les dice que no abiertamente, hace las cosas de mala gana, a medias o cuando es demasiado tarde, y, cuando se les pregunta por qué lo hace así, desata su agresividad verbal, generalmente en forma de estudiado y entrenado sarcasmo.

-La persona pasivo-agresiva nunca expresa sus sentimientos de forma abierta: disimula sus enfados o muestra una resistencia de corte pasivo si le has pedido que realice una tarea que no es de su agrado o no le apetece (haciéndola tarde y mal, por ejemplo). Evita de forma muy significativa la comunicación directa con su entorno y tiene un miedo irracional a establecer intimidad con alguien debido a la pobre autoestima que presenta.

-Nunca expresa sus emociones o sentimientos reales e ignora las situaciones que le incomodan fingiendo que todo va bien. No sabe realizar cumplidos o apreciaciones positivas, de forma que camufla su pobre autoconfianza bajo la bravuconería y la superficialidad del sarcasmo.

-La persona pasivo-agresiva piensa que todas las causas de sus dificultades están fuera de ella. Si sus objetivos no se cumplen o fracasa en algo, la responsabilidad es de los otros, no suya. Tiende a victimizarse, a ir contra las normas y obligaciones (como las relaciones estables y comprometidas o la autoridad en el trabajo). Como las cosas no van como quiere, su visión de la realidad se torna pesimista con respecto a los acontecimientos y a las personas. Su pensamiento es que todo y todos están en su contra, pero según su versión no ha hecho nada para que eso sea así.

-La persona pasivo-agresiva nunca está disponible para nadie. Está muy ocupado/a en sí misma. Nada de ayudar a los demás. Vive por y para ella.

-Como no enfrenta las situaciones y siempre está victimizándose, buscará la excusa del hado divino para que todo lo relacionado con ella esté ya decidido de antemano; es decir, por gracia divina y pensamiento mágico, está predestinado/a al fracaso eterno. Por supuesto, según su pensamiento, su fracaso no tiene nada que ver con su pasividad, ni con su falta de esfuerzo, ni con su evitación y muchos menos con sus dificultades. Todo el origen de su desgracia está fuera de sí mismo/a.

-Como no muestra sus sentimientos de forma directa, busca provocar daño, confundir o herir los sentimientos de los demás. Estas personas utilizan la ira para obtener poder y confunden la ira con la autoestima. Por otro lado, son dependientes emocionalmente, ya que buscan dominar o competir con su pareja para controlar su vida hasta que lo consiguen. Sin nadie a quien controlar se sienten perdidos.

-Para la persona pasivo-agresiva, su pareja es la fuente de su infelicidad; es responsable de que no le vaya bien en la relación. Utilizan la culpabilidad para hacer sentir mal a su pareja y obtener más control sobre ella y que vaya cediendo cada vez más terreno.  

-Siempre va a negar que tenga dificultades y su actitud será caprichosa y desconcertante en las interacciones personales. Esta conducta insana también se suele acompañar de otros comportamientos negativos como descontento, quejas triviales, irritabilidad, terquedad, resistencia a la conversación constructiva o ignorar la situación de conflicto y las dificultades.

Si te sientes identificado/a de alguna forma o crees que puedes tener dificultades con las interacciones personales, en Meraki Psicología Aplicada podemos ayudarte a superarlas. 


 

 

Culpa

Los sentimientos de culpa surgen de traicionar nuestras propias normas de comportamiento ético que tenemos inculcadas desde nuestra infancia y que hemos seguido casi al pie de la letra hasta nuestra etapa adulta. Si el entorno cultural o familiar donde crecimos nos hizo proclives a tener reglas muy estrictas de comportamiento y se nos juzgó de forma severa por no seguirlas, el resultado es que nos hayamos convertido en personas inclinadas a experimentar la culpa ya de adultas y que hayamos transmitido lo mismo a nuestros hijos.  Lo triste es que la culpa nos puede llevar a dudar de nuestro propio potencial y de todo aquello que hemos podido lograr a lo largo de nuestra trayectoria vital, pudiendo llegar a convertirse en un magnífico saboteador de nuestro bienestar emocional.

Para comenzar a entender y manejar este sentimiento, es necesario repasar la propia palabra “culpa”. Cuando decimos “Es mi culpa” estamos adoptando una posición victimista de pasividad, inmovilidad e impotencia, posición que no sirve para mejorarnos como individuos ni tampoco tiene utilidad alguna para las personas que se hayan podido sentir afectadas por el error que hayamos podido cometer. El término “culpa” nos hace anclarnos en un pasado que no puede cambiarse por más que queramos y nos impide de alguna forma movilizar nuestros recursos emocionales hacia el presente. Es como si nos imposibilitara para actuar en este momento, en el aquí y ahora, y nos ahorrara el esfuerzo que supone reparar la situación, disculparnos con los demás o aprender de lo sucedido. Decir “culpa” es como decir que ya nada puede hacerse respecto a ella y tuviéramos que cargarla el resto de nuestra vida sin modificación alguna. Sin embargo, cuando decimos “Es mi responsabilidad” adoptamos una posición activa, aceptando que cometemos errores en el transcurso de nuestra cotidianeidad, que podemos perdonarnos por cometerlos y que estamos dispuestos a solucionar el problema que hayamos causado y que queremos y podemos aprender de lo sucedido. Decir “soy responsable” significa que aceptamos la saludable autoría de nuestros actos y entendemos la responsabilidad que tenemos en construir nuestro destino en el ahora y de aquí en adelante.

Para aprender a gestionar la responsabilidad, es importante distinguir entre dos tipos:

-la responsabilidad racional (o fructífera). Esta responsabilidad puede darse cuando se ha causado daño a alguien inocente de forma intencional o no se ha ayudado a alguien que estaba en problemas cuando podía haberse hecho sin un coste desproporcionado; sería poco ético en estas situaciones (por no decir antisocial o patológico) no experimentar esta responsabilidad.

-la responsabilidad que es autocrítica y gratuita, de carácter altamente rumiativo, que proporciona un sufrimiento emocional arbitrario y sentimientos de odio y desprecio hacia nosotros mismos. Si esta responsabilidad no racional se extiende demasiado en el tiempo puede dar lugar a dificultades como la ansiedad, depresión, emisión de conductas de autosabotaje, consumo de sustancias, etc.

 

Del mismo modo, hay que aprender cuándo la responsabilidad puede resultar innecesaria. Es innecesaria cuando:

-Nos esforzamos en llevar una vida que sea la “correcta” para los ojos de alguien más, y nos olvidamos de seguir nuestras propias normas de comportamiento.  

-Nos inmoviliza, porque nos abruma pensar en las consecuencias para los demás de nuestras acciones, haciéndonos esconder e ignorar nuestras necesidades y deseos verdaderos.  

-Nos impide cuidar de nosotros mismos por cuidar primero de los demás.  

-Nos bloquea emocionalmente, centrándonos en todo lo negativo, impidiendo que experimentemos y disfrutemos.


Trabajando la responsabilidad improductiva

La responsabilidad improductiva es difícil de gestionar de forma adecuada en ocasiones. Veamos algunas indicaciones que pueden ayudarnos.

-Sea lo que sea lo que hicimos, lo hicimos con la mejor información que teníamos en ese momento y de la mejor forma que creíamos posible. Practicar el perdón y la compasión con nosotros mismos nos ayudará.

-Explorar y analizar a fondo las circunstancias que teníamos cuando lo hicimos o que nos llevaron a tomar esa decisión. Puede que estuviésemos cansados, nerviosos, tristes, asustados… y no pudimos tomar una decisión de forma adecuada.

-Razonar hasta qué punto lo que aconteció estaba realmente bajo nuestro control. No es infrecuente responsabilizarnos por la conducta de otra persona, por ejemplo.  

-Cuestionar si los ideales de conducta que nos hemos marcado (o nos ha imbuido nuestra familia o religión) resultan ser extremadamente rigurosos. A veces nos vemos forzados a adoptar unas normas de conducta que no son propiamente nuestras, en las que no creemos y que además no estamos hechos para ellas.

-Establecer un diálogo compasivo y amable con nuestro niño interior. A este niño interior en su momento le inculcaron toda una serie de normas incuestionables que había que cumplir porque parecían ser inamovibles y ciertas. Ahora hemos crecido y nuestra experiencia ha modificado nuestro marco moral sobre lo que está “bien” o “mal” y nos damos cuenta de que nuestra realidad dista mucho de ser la misma realidad de las personas que nos forzaron a aceptar esas normas. 

Es clarificador hacerse preguntas como: ¿En nuestro presente nos quedamos cautivos por esas normas obsoletas que ya no nos sirven, aferrándonos a ellas de forma que nos resulta emocionalmente dañino?  ¿Nos ayudamos a nosotros mismos diseñando otras normas éticas que se ajustan mejor a nuestro yo adulto y sus circunstancias? 

Así, es necesaria la comprensión con ese niño interior que busca sentirse castigado porque cree haber faltado a esas normas obsoletas y desajustadas y además es imprescindible el diseño y aceptación de las nuevas normas comportamentales que a nuestro yo adulto le resultan más adecuadas.    

-Reconocer que es totalmente legítimo defender nuestros derechos ante los demás. Establecer límites y autoafirmarnos cuando sentimos que estos derechos están siendo violados es esencial para el bienestar emocional. No permitamos que nadie nos haga sentir responsables con el fin de explotarnos y manipularnos emocionalmente a su antojo.

Si crees que puedes estar sintiendo más responsabilidad de la necesaria o tienes alguna dificultad relacionada con ella, somos los psicólogos los profesionales más adecuados para ayudarte a gestionarla.


 

Emociones en el entorno laboral (II)

Como apuntaba en una entrada anterior, sabemos lo importantes que son los pensamientos en nuestras emociones. El lugar de trabajo es un terreno especialmente abonado para toda clase de pensamientos distorsionados que tienen que ver con las ideas irracionales de Ellis que ya hemos explicado. Veamos algunos ejemplos de estos pensamientos erróneos.

-La única manera de hacer bien el trabajo es como lo hago yo.

-No puedo empezar con nada nuevo a no ser que termine lo que ya tengo empezado.

-Todos trabajan mejor de lo que lo hago yo.

-Debería ser capaz de hacer mi trabajo sin tener que quedarme más horas o llevarme trabajo para casa.

-Los demás tienen la culpa de mis problemas en el trabajo.

-Mis compañeros son un poco idiotas y no saben hacer el trabajo.

-Si mi jefe estuviera más cualificado y fuese más capaz, mi trabajo sería mucho mejor de lo que es, mi vida sería mejor y yo sería muchísimo más feliz.

-Si mi jefe critica mi trabajo, es que soy un fracaso total como empleado.

-No puedo dejar este empleo porque no hay otro mejor por ahí fuera ni que vaya bien conmigo.

-Si mi trabajo no es perfecto, me van a echar de la empresa.

-Tengo que quedarme hasta tarde porque si no el jefe pensará que quiero trabajar menos que los demás.

Todos estos pensamientos no hacen sino aumentar el estrés laboral y proponernos como firmes candidatos a sufrir el síndrome del perfeccionista (anancástico, que ya hablaremos en otra ocasion sobre este término tan particular). Para reducir el estrés podemos utilizar la técnica de la reestructuración cognitiva. Veamos paso a paso cómo realizarla.

1-Identifica pensamientos automáticos o erróneos como los de los ejemplos.

2-Cuestiona esos pensamientos. ¿Es cierto? ¿Qué pruebas tengo? ¿Estoy exagerando algo negativo de la situación o estoy siendo catastrofista interpretando las cosas de la peor forma posible? ¿Estos pensamientos aumentan la calidad de tu trabajo o la disminuyen? ¿Te ayudan a estar más satisfecha con tu trabajo?

3-Reestructura. Observa cada parte del pensamiento y piensa en cómo puedes reestructurarlo. Piensa qué es importante y por qué para ti. Elimina cualquier expectativa de perfección.  

4-Sustituyelos por otros más adaptativos y que sean beneficiosos para ti.  

Esto requiere un entrenamiento adecuado pero, si eres constante, aprenderás a dominar esos pensamientos automáticos que te impiden alcanzar la satisfacción con tu trabajo.

Si crees que puedes tener dificultades con el perfeccionismo o con los pensamientos automáticos somos los psicólogos los profesionales más adecuados para ayudarte a superarlas.