Todos conocemos a muchas personas a las que les apasiona tanto lo que hacen que no pueden ni por un momento imaginarse haciendo otra cosa en su vida. ¿Y de qué hablamos cuando hablamos de pasión? La mayoría de nosotros la relacionamos con aspectos interpersonales pero en la psicología positiva existe otra acepción para esta palabra, relacionada con la realización de actividades. Así, la pasión en todo lo que hacemos es un factor que nos permite nuestro desarrollo personal y sentir que vale la pena vivir la vida.
En la psicología positiva se habla de dos tipos de pasión: la armoniosa y la obsesiva. La pasión armoniosa es el resultado de una internalización de la actividad que amamos como algo separado de nuestra identidad y nuestro yo y que ocurre cuando la hemos aceptado libremente como importante para nosotros por sí misma, sin ningún suceso o evento externo que esté asociada a ella. Produce una fuerza motivacional que nos impulsa para participar de forma voluntaria y genera un sentido de voluntad y respaldo personal. Con este tipo de pasión la actividad ocupa un espacio significativo pero no abrumador en nuestra identidad y está en plena armonía con otros aspectos de nuestra vida. Realizarla nos hace sentir partícipes de la experiencia de una forma consciente y abierta que nos conduce a experiencias positivas.
También esta pasión nos permite concentrarnos en la tarea en cuestión y experimentar resultados positivos mientras participamos en ella y cuando hemos acabado. Es decir, no existe conflicto alguno entre la actividad apasionada y otras actividades de nuestra vida. Además, si no podemos participar, si nuestra pasión es armoniosa, nos adaptamos y centramos nuestra atención y energía en otras tareas que tenemos que realizar. Es decir, tenemos el control, dicidiendo cuándo sí y cuándo no participamos en ella, y cuándo queremos dejarla, por lo que el compromiso conductual con la actividad tiene un componente de flexibilidad muy elevado.
La pasión obsesiva resulta de una integración completa de la actividad que uno ama en nuestra propia identidad, sin ninguna separación de ella, formando parte de nuestros patrones o esquemas de identidad personal. Este proceso de internalización lleva no sólo a que la representación de la actividad sea parte indisoluble de nuestra identidad, sino además a que los valores y regulaciones asociados a ella sean, en el mejor de los casos, internalizados parcialmente en el yo, y en el peor de los casos, a ser internalizados completamente en nuestra identidad personal. Una internalización de este tipo y tan profunda tiene su origen en una presión intra y/o interpersonal, porque asociamos ciertas contingencias a la realización de la actividad, como sentimientos de aceptación social o de autoestima, o porque la sensación de excitación o emoción derivada de la participación en ella es incontrolable, experimentando un impulso incontenible por realizarla.
Como consecuencia de este impulso, corremos el riesgo de experimentar conflictos y otras consecuencias negativas afectivas, cognitivas y conductuales durante y después de participar en la actividad, llegando a mostrar una persistencia muy rígida hacia ella, volviéndonos dependientes de su realización. Esta persistencia puede llevarnos a experimentar conflictos con otros aspectos de nuestra vida, por ejemplo cuando deberíamos estar haciendo otra cosa, así como conducirnos a la frustración y la rumiación constante sobre la actividad.
En resumen, apasionémonos de una forma sana y armoniosa, para que las actividades nos produzcan bienestar, sensación de Flow y sensaciones positivas antes, durante y después de realizarlas.
También esta pasión nos permite concentrarnos en la tarea en cuestión y experimentar resultados positivos mientras participamos en ella y cuando hemos acabado. Es decir, no existe conflicto alguno entre la actividad apasionada y otras actividades de nuestra vida. Además, si no podemos participar, si nuestra pasión es armoniosa, nos adaptamos y centramos nuestra atención y energía en otras tareas que tenemos que realizar. Es decir, tenemos el control, dicidiendo cuándo sí y cuándo no participamos en ella, y cuándo queremos dejarla, por lo que el compromiso conductual con la actividad tiene un componente de flexibilidad muy elevado.
La pasión obsesiva resulta de una integración completa de la actividad que uno ama en nuestra propia identidad, sin ninguna separación de ella, formando parte de nuestros patrones o esquemas de identidad personal. Este proceso de internalización lleva no sólo a que la representación de la actividad sea parte indisoluble de nuestra identidad, sino además a que los valores y regulaciones asociados a ella sean, en el mejor de los casos, internalizados parcialmente en el yo, y en el peor de los casos, a ser internalizados completamente en nuestra identidad personal. Una internalización de este tipo y tan profunda tiene su origen en una presión intra y/o interpersonal, porque asociamos ciertas contingencias a la realización de la actividad, como sentimientos de aceptación social o de autoestima, o porque la sensación de excitación o emoción derivada de la participación en ella es incontrolable, experimentando un impulso incontenible por realizarla.
Como consecuencia de este impulso, corremos el riesgo de experimentar conflictos y otras consecuencias negativas afectivas, cognitivas y conductuales durante y después de participar en la actividad, llegando a mostrar una persistencia muy rígida hacia ella, volviéndonos dependientes de su realización. Esta persistencia puede llevarnos a experimentar conflictos con otros aspectos de nuestra vida, por ejemplo cuando deberíamos estar haciendo otra cosa, así como conducirnos a la frustración y la rumiación constante sobre la actividad.
En resumen, apasionémonos de una forma sana y armoniosa, para que las actividades nos produzcan bienestar, sensación de Flow y sensaciones positivas antes, durante y después de realizarlas.